Jassiba
Jassiba
Cada mes, al medio día, Jassiba olía el perfume de aquel distante atardecer. Su amante de Alejandría llegaba puntual por ella, se reunían en el centro de la plaza Al Fitnaá, subían los escalones ruinosos que conducen a la terraza de la tetería Al Andalus; invariablemente escogían la primera mesa vacía con vista a la plaza para a continuación pedir al mesero la misma bebida de cada mes. El llamado a la oración del viernes se sincopaba con los ruidos del partido de futbol, el clásico Betis contra Sevilla, de la televisión local.
Los dueños de la tetería Al Andalus, una pareja de españoles conversos al Islam, conocían a los amantes; simulaban frente a los demás comensales al tratarlos como matrimonio de hecho. Jassiba y su amante permanecían horas en aquella mesita llena de arabescos; a veces comentaban algo entre ellos para luego seguir absortos observando a la multitud abigarrada abajo en la plaza.
La oración del atardecer marcaba su salida del local, descendían por las escaleras y se internaban entre el gentío hasta llegar a unos puestos ambulantes situados al sur de la plaza, ahí ordenaban dos platillos de maharma como si fueran a romper un ayuno de largo tiempo atrás.
El manejaba el viejo jeep, Jassiba feliz se dejaba llevar por la carretera poco transitada que lleva a Fez. A una hora de camino desde Mogador tomaban una vereda polvoza que conduce a una casa aislada en medio de la nada.
Se sentaban sobre la alfombra, uno frente al otro, a cada lado de la pequeña mesita, y en pequeñas tazas se servían un té espumoso, sabor a menta, que combinaban con dátiles azucarados. A continuación, como en un rito de años, encendían y calentaban el hashis en el narguile, que luego inhalarían uno después de otro. Esta manera demorada pero certera creaban en los amantes una atmósfera intemporal, los devolvía a un tiempo lejano, antes de que él se casara con Clea, la mejor amiga de Jassiba.
En varias ocasiones cuando Jassiba vivió en Alejandría, y tuvo otro nombre, comentó a Clea aquellos falsos atardeceres, aquella falsa tranquilidad en que se sumergía la ciudad a ciertas horas del día. El -por supuesto- solo gustaba de observarlas, de escuchar aquellos razonamientos. El se encontraba entre dos fuegos, dos mujeres que le pedían, quizá le exigían con sus comentarios una pronta definición. Esto que iba más allá de la voluntad de los tres. El por un lado pertenecía a Jassiba, por el otro amaba profundamente a Clea.
Anando Purutama
2 comments:
Ups así pasa... unos aman pero los amados aman a otros... muy bonito
besos
Gracias Sandra
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